Movemos el esqueleto para traeros el análisis de Skelattack, un juego de acción y plataformas que nos invita a abrazar la luz al final del túnel.
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Hoy se me han pegado las sábanas un poco más de lo habitual, pero tengo una excusa: ayer moví el esqueleto más de lo habitual. Y no fue porque bailase hasta la extenuación, sino porque me apeteció coquetear con la muerte embanderada, al peor de los enemigos, ese límite existencial al que tanto menospreciamos y que no somos capaces de medir; aquel que representa el radicalismo natural por excelencia; el problema del sentido de la existencia humana. Tanto es así que su conciencia hace que nos replanteemos el sentido de la vida, ya que genera sentimientos diversos en cada persona.
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Tal vez sea eso por lo que ahora estoy en los huesos. Es posible que Skelattack tenga mucha culpa de ello, dado que representa la muerte como parte de la vida y también el miedo al olvido, que es otra forma de morir. Es algo que nos duele, que nos lastima y que nos marca para siempre. Al final de la aventura, le he dicho a la muerte que la acepto en mi vida, que nunca la olvidaré, pero siempre que venga acompañada de todas esas luces y colores cargados de humor con los que me ha inundado a lo largo de la misma.
Apartado técnico
Un conjunto de luces y colores que evocan recuerdos y sensaciones muy parecidas a las que me transmitió Cuphead allá por el año 2017, una obra transgresora en lo visual que me cautivó por el aspecto artesanal de la susodicha. Su imaginería, diseño de personajes, colorimetría e incluso las imperfecciones no pasan inadvertidas en pos de ofrecernos una mirada nostálgica al pasado que funcionaron hace décadas y un proyecto de futuro. La rompedora experiencia de Studio MDHR, esa oda a la animación de los años 30, conforma uno de los más grandes retratos de los últimos tiempos.
Por desgracia, se trata de una oda imposible para manos menos habilidosas como las que se han encargado del desarrollo de este Skelattack. En otras palabras, hace gala de un estilo artístico con ciertas remembranzas a la talla del estudio canadiense con el fin de representar ese estilo que imita a los dibujos animados, pero con diferencias bastante notorias, más amparadas en la modernidad de esta época. Unas diferencias que se hacen todavía más manifiestas cuando ponemos nuestras miras en unos escenarios parcos en detalles que no terminan de casar con la vitalidad que tanto derrochan sus personajes, especialmente las partes protagónicas y esa abundancia de personalidad que tanto profesan.
Jugabilidad
Como juego de acción y plataformas, Skelattack es un hueso duro de roer. Por suerte, tiene en su haber un sistema de puntos de control con la forma de fuegos fatuos que nos permiten avanzar mediante un diseño de niveles que recuerdan poderosamente al de un metroidvania, pese a que su ambición queda lejos respecto a la del resto de sus congéneres. De hecho, el juego de marras da pie a varias rutas y atajos para finalizar la aventura con el afán de brindarnos un desarrollo con un ritmo creciente, aunque bastante tradicional, y cuya dificultad no reside tanto en unos enemigos con unos patrones bastante básicos, sino en los propios escenarios, dado que tienen muchas trampas en su haber.
Por suerte, el nivel de exigencia que nos ofrece la parte protagónica está a la altura de las circunstancias gracias a unas habilidades bastante básicas, pero certeras, de modo que podemos desenvolvernos como pez en el agua tras superar los primeros compases de la aventura. Unas habilidades que se magnifican mediante otras nuevas, desde la posibilidad de llevar a cabo un salto extra hasta curarnos en salud (probablemente la más útil de todo el juego), y que enriquecen un desarrollo creciente, De hecho, los errores que cometamos serán culpa nuestra y no unos escenarios que aprovechan todos sus rincones para que la exploración tenga un sentido.
La parte peor resuelta de este Skelattack mora en los propios enemigos, jefes inclusive, ya que sus patrones de ataque son muy básicos y conforman la parte menos desafiante de la aventura. Basta con desempeñar acciones muy básicas para que estos muerdan el polvo y encaminen su alma al más allá.
Duración
Dicen que en los últimos momentos de nuestras vidas comenzamos a rememorar como en un flash, casi a todo gas, las experiencias más significativas que hemos atravesado desde que nacimos. Vemos la vida ante nuestros ojos; una sucesión de hechos inolvidables, uno detrás de otro, hasta que todo se apaga de forma súbita y la nada acapara todos los focos. Salvo que esto lleve a equívocos, todavía me queda mucho para eso, pero lo que sí tengo claro es que Skelattack se desarrolla a todo gas. De hecho, hacen falta entre 3 y 5 horas para contemplar los últimos instantes antes de los créditos finales y dependiendo de los coleccionables que recojamos.
Eso sí, se tratan de unos números muy maleables, dado que la muerte es una constante en el juego de Uzuka que incluso se hace perceptible mediante un contador que representa todos nuestros fracasos a los mandos. La muerte es la forma natural de avanzar en el juego de marras, independientemente de las facilidades que nos brinda la aventura de marras. Es más, debemos aceptarla como parte de la vida.
Conclusión
Nuestra piel se secará, nos convertiremos en huesos y silencio húmedo, ese de lo efímero. La muerte es el silencio y Skelattack hace muchos méritos por allanar ese camino; la luz al final del túnel. Un camino con una buena dosis de acción y plataformas que dejan entrever un planteamiento que se queda a medio camino y que a veces se resiente por culpa de una sobreexposición en forma de diálogos abundantes que no nos llevan a ninguna parte. Las ideas están ahí y cumple con todo aquello que se propone, pero tampoco consigue sorprender si lo ponemos de frente contra algunas de las vacas sagradas del género.
En pocas palabras, así como el juego que nos ocupa nos da vida en los momentos más inspirados, también nos trae la muerte súbita e inmisericorde, una que no es contemplativa.
Agradecemos a Konami el material proporcionado para realizar este análisis.