Continuación de un primer relato basado en el The Division, concretamente en el día en que comenzó todo.
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Gracias a los contactos que había podido hacer durante los años en los que desapareció de la faz de la tierra y a su extraordinaria habilidad tecnológica, pudo descubrir un plan para dar una segunda oportunidad al planeta. El único problema es que para ello debía morir el 90% de la población humana. Y eso a él no le parecía justo.
Era acertado una parte del análisis de los impulsores de aquel genocidio. La humanidad era la culpable de haber basado el sistema por el que se regían en un consumismo que necesitaba devorar infinitamente recursos naturales en un mundo en el que esa materia prima estaba limitada. Sin embargo en su opinión era mejor intentar cambiar ese sistema o abolirlo antes que matar a la masa idiotizada.
Pese a que sus conocimientos tecnológicos superaban por mucho a los de la media, no había podido acceder a la identidad de los que si él no lo evitaba, serían muy pronto unos asesinos. Lo que sí había descubierto es que habían creado un virus artificial altamente mortal y contagioso y que ya lo habían soltado. Hacía apenas unas horas que lo habían puesto en circulación mediante un billete y alguien ya lo había sacado de un cajero. Normalmente el billete hubiera estado esperando días y todo hubiera sido más fácil, pero hoy no, hoy era el Black Friday.
El hombre pensó que no era casualidad que hubieran escogido la fecha de mayor consumismo en todo el año para soltar un virus que iba a castigar a la humanidad por eso mismo. Estaba nervioso porque no sabía lo que tendría que hacer. Si la persona que había sacado aquel billete infectado del cajero ya lo había tocado, tendría que matarla para salvar a todos y debería hacerlo en cuanto la viera, no importaría ni el lugar ni lo concurrido que estuviese. De todas formas le daba igual, había sido entrenado para poner el bien colectivo por encima del individual en todas las circunstancias.
Levantó la vista y observó el centro comercial. Consultó un reloj con una tecnología tan avanzada que el resto de los mortales tardarían décadas en acceder a ella y supo que el billete se encontraba en el segundo piso, en la sección de juguetes. Subió hacía allí rápidamente y usó aquel aparato para ubicar con total exactitud el dinero infectado. Lo logró en pocos segundos. Estaba en el bolso de una mujer que le estaba dando la espalda. Los guantes con los que esa señora resguardaba las manos del frío estaban infectados pero la mujer no.
En ese instante la mujer se agachó para recoger algo y una chica le robó el dinero. El hombre salió corriendo detrás de la ladrona, quién había bajado al primer piso por las escaleras mecánicas, él saltó ágilmente los tres metros que los separaban tocando el suelo con una voletera, alargó su brazo agarrando a la chica por uno de sus tobillos, la tiró al suelo y le arrancó bruscamente el dinero robado, lo analizó con su reloj y horrorizado comprobó que el billete infectado no estaba allí.
Dejó caer los billetes y volvió corriendo a buscar a la mujer con los guantes infectados implorando al cielo que todavía no hubiera pagado en la caja. Nada más terminar de subir al segundo piso observó que aquella señora estaba a punto de comprar algo para su hija, se alabanzó hacia la caja cogiendo el brazo de ella unos instantes antes de que pagase con él. De la manera más educada posible en aquel momento le pidió con un tono calmado que le diera ese billete.
Cuando aquella mujer se dio la vuelta y lo miró a los ojos, al hombre le se paró el corazón. Era su esposa, a la que no había visto desde hacía tres años. Pudo sentir el rencor que sus iris desprendían, después de todo ella pensaba que la había abandonado junto con su hija pequeña aunque la situación fuera mucho más complicada.
Ella le dijo que las dejase en paz pero él no hizo caso. Intentó arrebatar el billete de las manos de su esposa, lo que llamó la atención de un guardia de seguridad que se acercó a la escena. El padre de Avery estaba desesperado, sus planes se habían desbaratado, estaba viendo que su hija iba a tocar el billete con sus manos desnudas y contagiaría a la cajera cuando pagase su balón de rugby. Se sinceró con el guardia de seguridad pero éste no le creyó, tomándolo por un paranoico.
Ahora era tarde para resolverlo todo pacíficamente, Avery y la cajera ya habían tocado el billete y él no podía matar a su hija de cinco años. El guardia de seguridad lo empujó para que se fuera de una buena vez, lo que sacó de su bolsillo un documento parecido a una identificación como la de cualquier otro. Pero para quién se fijase un poco más, en ella podría haber visto que en una de sus caras se podía leer “Aaron Keener, agente de The Division”.