¿Podría haberse evitado la pandemia que asoló el Nueva York de The Division? Aquí una posible teoría.
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Tres semanas antes del Black Friday
Avery se despertó sabiendo que estaba cumpliendo cinco años en esos momentos y que no iba a recibir ningún regalo. Su madre había hablado con ella y le había propuesto esperar al Black Friday para poder comprar todo lo que la niña quería a un precio mucho más barato. La cumpleañera pese a su corta edad lo tuvo claro inmediatamente, mejor esperar y tenerlo todo que recibir con suerte un par de cosas de la lista de regalos por no tener paciencia. Avery miró el calendario antes de ir al colegio y tachó el día que acababa de empezar para darse ánimos.
Al llegar por la tarde a casa, la pequeña le dijo a su madre entre lágrimas que se había arrepentido y que no había disfrutado de su día de cumpleaños, que hubiera preferido menos cosas pero haber vivido el aniversario como correspondía. Su madre la entendió y le prometió que los próximos años no esperarían hasta el Black Friday, pero que este año tendría que aguantar puesto que ya había usado el dinero para pagar las facturas y no cobraría hasta dentro de tres viernes.
Día del Black Friday
Avery no podía dormir de los nervios de pura ilusión que recorrían su cuerpo. La durísima y en ocasiones frustrante espera había llegado a su fin. Por suerte su madre había puesto la alarma a las 5 de la madrugada para coger un buen puesto en las tiendas de Nueva York. Lo primero que hicieron fue acercarse al cajero para sacar el dinero con el que los sueños materialistas de la niña se harían realidad. Tras ello, se dirigieron al centro comercial de Chelsea, su barrio.
Para su sorpresa, ya había tanta gente que la cola se extendía por más de cuatro manzanas. Fueron a coger sitio y tuvieron que correr porque a mitad de recorrer la cola las puertas se abrieron y no se podían permitir dejar entrar a mucha más gente antes que ellas, porque acabarían con las unidades de los productos que Avery quería. Su madre había visto como sufrió el día de su cumpleaños y los siguientes por una mala decisión y ahora quería resarcirla.
Cuando consiguieron entrar observaron que la seguridad privada de la tienda había perdido la batalla frente a las ansias de los clientes otro año más. Ropa y juguetes pisoteados, gente herida o peleándose por un artículo, violencia en las cajas… Violencia que las salpicó a ellas cuando una adolescente empujó a Avery al suelo, lo que provocó que su madre se agachase para atenderla. Una vez recuperada se dirigieron a la zona de juguetes, lugar en el que ya solo quedaban los peluches que nadie quería y los juguetes de madera que hacía décadas que no divertían a nadie.
Los ojos de Avery se humedecieron pero no quería llorar para no hacer sentir mal a su madre, quién se culpaba por la situación. Pasaron cerca de la caja registradora y vieron una pelota de rugby, ¡uno de los regalos que la niña quería! Alguien la había dejado ahí tirada y solo costaba un dólar. La cogieron y la pusieron delante de la cajera para que les cobrase. La madre sacó su monedero y observó con horror que solo había un dólar ahí dentro. “La adolescente que chocó contra mi hija” recordó de repente. En fin, el balón solo costaba un dólar, así lo compraría y toda esta dantesca situación habría pasado.
Lo cogió y alguien la agarró del brazo con firmeza pero suavemente.
“-No uses ese billete, es muy peligroso. No puedo decirte más pero es de capital importancia que me lo des -dijo el hombre.”
Ella miró a los ojos de quién le había dicho eso y lo reconoció al instante poniéndose muy nerviosa.
“-No hagas un espectáculo delante de Avery, por suerte ella no sabe que existes y ese balón de rugby la hará más feliz de lo que tú en todos estos años. ¡Déjanos en paz! -respondió la mujer.”
El hombre suspiró e intentó coger el billete. Lo rozó con sus dedos cubiertos por guantes de lana pero uno de los guardias de seguridad que había estado viendo la escena se acercó y se lo impidió. Sin prestar atención a las conspiranoicas advertencias de aquel hombre sobre una pandemia que asolaría Nueva York, el guardia lo sacó del recinto.
Avery recibió por fin el billete de manos de su madre. Lo agarró con las dos manos y lo puso en el mostrador, mirando con brillo el balón. La cajera, que se había quitado los guantes de seguridad obligatorios para sacarse algo que se le había metido en el ojo, cogió el billete con las manos desnudas y lo metió en la caja registradora.