Parece que la debacle de las políticas de Unity la han acabado pagando los de siempre.
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Tal y como todos pagamos impuestos y acabamos solucionando todos problemas de nuestros gobernantes, en las empresas, cuando hay recortes, los primeros son los empleados. Y es lo que ha ocurrido con Unity y sus polémicos cambios de condiciones para todos sus clientes que provocaron una huida masiva de muchos desarrolladores a otros motores gráficos.
A mediados de septiembre del año pasado vino la bomba: la intención de cobrar no solo por cada venta realizada de sus juegos, si no también de cada instalación, intentando repercutir ese coste incluso a Microsoft o a Sony si ese juego estaba incluido en Xbox Game Pass o PS Plus, es decir, una auténtica locura. Esas condiciones se comenzarían a aplicar a partir del 31 de diciembre de 2023, por lo que muchos estudios decidieron cambiar sus planes a futuro, como Rust, cuya segunda parte ya no se hará en Unity, o incluso cambiando el motor sobre la marcha, con la consecuente pérdida de clientes y lo que es peor, la confianza en lo que son los cimientos de un proyecto.
Los despidos vinieron en 2024
Muchas empresas, ya con el nuevo presupuesto de 2024 en ejecución, empiezan a mover fichas, y por supuesto, para Unity ha significado despedir al 25% de su plantilla, es decir, a 1.800 trabajadores, una auténtica barbaridad que no presagia nada bueno para una compañía que se ha forjado a base de la confianza de pequeños estudios y la comunidad de desarrollo independiente.
Todas esas condiciones injustas fueron revertidas, pero la pérdida de confianza quedó ahí. En el mismo mes de noviembre ya recortaron más de 250 empleos y ahora esta cifra, que incluso no parece ser la definitiva. Muchos especulan en que fue una jugada del ex-CEO John Riccitiello, que dejó su puesto no antes de vender todas sus acciones justo momentos previos al cambio de condiciones.