Relato corto ambientado en el Gears Of War sobre los pensamientos y las acciones que habría llevado a cabo el último locust vivo.
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Todos se pararon cuando comenzaron a ver una gigantesca onda de luz azul acercarse rápidamente hacia ellos. Antes de que pudieran pensar nada, aquella luz del color del cielo que los locust siempre desearon que fuera el techo de su nuevo hogar, los atravesó. Krugg no sintió nada pero el resto de su escuadrón sí. Sus hermanos estaban de rodillas y el gesto de sus caras revelaba que estaban sufriendo un terrible dolor.
Solo él, por estar de pie, observó que otra de esas ondas se acercaba. Intentó coger a uno de sus camaradas para ponerlo detrás de una enorme roca, pero la luz los atravesó cuando lo estaba cargando. De nuevo, él no sintió nada, pero la larva que estaba cargando se retorció del dolor y de su cuerpo comenzó a salir vapor amarillo que olía como los lagos de imulsión que rodeaban Nexus.
Siguió cargando a aquel locust y lo situó detrás de una gran roca. La tercera onda se acercaba. Los atravesó y mató al compañero que Krugg había intentado salvar. No servía de nada cubrirse. El locust al que no le afectaba lo que a los demás mataba miró hacía el resto de su escuadrón. Estaban todos muertos y aún así el vapor de imulsión seguía saliendo de sus inertes cuerpos.
Krugg se arrodilló en el suelo y, dejándose llevar por sus peores pensamientos profirió un grito que hubiera hecho temblar a todos los gears que se hubieran encontrado a varios kilómetros a la redonda. Sabía el motivo por el que todos habían muerto excepto él. Krugg era un drone raso de más de cincuenta años. Había sufrido las burlas de muchas larvas por no haber sido capaz de ascender en el ejército tras tanto años de servicio y tantas bajas que dejaron cientos de plazas libres. En una ocasión, el propio General RAAM ascendió a un novato con solo un día de servicio antes que a él.
El motivo de esta situación era que Krugg sospechaba que el mal del lambentismo se adquiría teniendo contacto con la imulsión a largo plazo. Por lo que rechazaba todas las misiones en las que el líquido amarillo estuviera presente de alguna manera, algo que le granjeó mucho odio por parte del resto de los integrantes de la Horda, quienes no tenían ningún interés por entender sus razones y lo identificaron como el mayor cobarde de las larvas.
Krugg pensó cuál podría ser el peor de los escenarios posibles. Y determinó que no era una locura pensar que todos los locust estuvieran muertos y la Reina Myrrah asesinada o capturada por la humanidad. Pragmáticamente decidió obrar a partir de ese momento como si ese escenario fuera real, aunque deseaba con todas sus fuerzas que no fuera así.
El odio contra los humanos que la Reina Myrrah le había inspirado en su corazón junto con la idea de vengar a toda su especie, espantaron la abrumadora presión que debería haber acabado con sus ganas de seguir luchando. Estaba solo, pero sentía que todos los suyos lo acompañaban. Lucharía hasta el final, como todos los demás habían hecho.
Se le pasó por la cabeza llenarse el cuerpo de granadas y detonarlas en el Centro de Mando de la humanidad para llevarse por delante a todos sus líderes. O hacerlo entre el público que celebrase la victoria y así acabar con cientos de humanos y poner en peligro su supervivencia. Pero no quería que la ira cegase su mente. Era algo que no conducía más que a la derrota. En ese momentó oyó a las olas romper en la costa de Gorasnaya. Estaba allí porque las últimas órdenes determinaban que todas las fuerzas locust debían acudir a Azura de inmediato.
Bajó hasta la orilla y se tumbó boca arriba dejando que las olas le acariciasen el cuerpo. Cerró los ojos y dejó volar su imaginación. Su mente, en completo estado de relajación, le trajo un recuerdo. Era de la Reina Myrrah. Krugg recordó que siempre, en cada discurso que daba después del Día de Emergencia ella siempre acababa diciendo “Nexus es un hogar al que siempre podréis regresar”.
Hasta ese momento, él pensaba que era una frase para llenar sus corazones de seguridad antes de la batalla, pero ahora se esperanzaba considerando la posibilidad de que Myrrah tuviera un plan de contingencia para una situación como esa. “Sí, la Reina Myrrah habría sopesado constantemente los diferentes escenarios que se podrían dar en esta guerra y su Maestro Espía Taarg debía conocer lo que quiera que sea lo que emana esas ondas azules -pensó Krugg.”
Se levantó empapado de agua marina dispuesto a ir a Nexus usando los túneles subterráneos que cubrían el subsuelo del planeta. Caminaba sin mucha prisa hacia el agujero por el que había salido junto con su escuadrón cuando divisó a unos humanos supervivientes. Krugg, experto guerrero y con una fuerza que podría calificarse de brutal, se escondió porque pensó que si realmente existía un plan de contingencia para esta situación, contar con el elemento sorpresa en el futuro podría ser fundamental. Además, si los humanos tenían la más mínima sospecha de que quedaba algún locust vivo, no descansarían hasta aplastarlo.
Esperó pacientemente a que desaparecieran y se metió por el hueco que había excavado un corpser que ahora yacía muerto en el suelo dejando escapar vapor de imulsión. Krugg comenzó a andar. Tras más de cuarenta horas de caminata interrumpidas solo una vez para dormir y comer un ticker salvaje que había cazado, llegó a las inmediaciones de Nexus, la antigua capital de la Hondonada. Comenzó a descender por los túneles con precaución por el agua que había sumergido la ciudad varios años atrás. Pero no había ni rastro de ella. “¿Cómo es posible drenar toda esa cantidad de agua? -pensó para sí”.
Continuó caminando por la destruida ciudad. Visitó las celdas de los esclavos humanos, quienes yacían muertos en el suelo. Paseó tranquilamente por las calles, por los hornos, por los enclaves de los soldados, por el Centro de Mando desde donde la Reina Myrrah solía dar sus encendidos discursos. Solo había muerte y destrucción.
A medida que iba recorriendo los lugares de Nexus se iba convenciendo de que no había ningún plan de contingencia. Simplemente, habían perdido y él había sido condenado a ver el fin de su especie. Solo le quedaba un sitio que comprobar, las dependencias de la Reina, un lugar total y absolutamente prohibido bajo pena de muerte, sin embargo ahora Krugg estaba liberado de los tabúes y los límites impuestos por la sociedad locust.
Llegó hasta el portón. Respiró hondo y entró. Lo recorrió lentamente, fijándose en todas y cada una de las estancias que conformaban las dependencias de la mujer que ocupaba su corazón. Reparó en todo el mobiliario y en los salientes de las paredes. Krugg no sabía ni siquiera si existía un Plan B, ni tampoco cuál sería su forma. ¿Un arma? ¿Un papel con instrucciones? ¿Una criatura adiestrada? Fuera lo que fuera, estaba dispuesto a encontrarlo.
Tras más de diez horas en las que recorrió con sus manos palmo a palmo las paredes y el suelo del lugar, se rindió. No había nada. La Reina Myrrah y el Jefe de la Inteligencia Locust, Taarg, lo habían apostado todo en la Batalla de Azura, y no habían previsto la derrota. “Me extraña que Taarg, tan frío y calculador, no haya contemplado la posibilidad de que algo fallase y perdiéramos la batalla en aquella isla.”
Una sensación de derrota lo invadió. Ya no había esperanza. Todo estaba perdido. Quiso sentir el halo de su Reina una última vez antes de extinguir voluntariamente a la especie locust sentándose en el trono real. Al sentarse notó como el asiento se bajó debido a sus más de doscientos kilos de peso y activó un mensaje grabado de Myrrah que resonó por toda la ciudad. Comenzaba así.
“Krugg, el destino de la Horda Locust está en tus manos…”.
# FINAL ALTERNATIVO / DESCARTADO
¿Te has pasado la campaña del Gears Of War 3? Solo lee este final descartado si la respuesta a la pregunta es sí.
Llegó hasta el portón. Respiró hondo y entró.
“-Por fin has llegado -le dijo Taarg sorprendiendo a Krugg.”
“-¿Me esperabas? -preguntó el drone.”
“- Prepárate, vamos a desatar la ira de las entrañas de Sera contra la humanidad. Pagarán con su existencia la muerte de Myrrah.”
Krugg sonrió.