Relato ambientado en el universo de Fallout. Ahora que falta muy poco para la salida de la próxima entrega de esta saga, esta historia ayudará a sobrellevar la espera.
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La mujer avanzaba con pies de plomo. Había salido del refugio las suficientes veces como para saber que un paso en falso le costaría la vida. Recordó en aquel momento las historias que los adultos les contaban a ella y a sus amigos cuando eran pequeños sobre la situación de la superficie. Siempre pensó que eran leyendas para disuadir a quienes quisieran salir al Yermo con la buena intención de protegerlos. La realidad se comportó con crueldad cuando le mostró que esas historias eran erróneas pero por pintar un mundo más amable de lo que era.
Las bombas nucleares que asolaron la nación dieron paso al infierno en la tierra. No solo dibujaron un paisaje dantesco si no que lo poblaron con miles de supervivientes que no otorgaban ningún valor a la vida humana, que mataban y ultrajaban por placer. Cientos de miles de insectos que habían crecido hasta alcanzar un tamaño que los convertía en depredadores para las personas y unos cuantos necrófagos que sembraban el terror de los vivos en las zonas más oscuras y radiactivas de los centros urbanos.
De repente, ella oyó unas estridentes risas y se pegó a la pared del hospital al que había ido a buscar medicinas para su comunidad. Era la segunda del Refugio 101 que iba ya que el primer explorador no había vuelto en tres días. Se asomó cuidadosamente por una ventana pero no alcanzó a ver nada. Probablemente un grupo de supervivientes había establecido allí su base. Se preguntó si podría comerciar con ellos y sacudió rápidamente la cabeza, “serán de esos que te disparan por diversión nada más verte, eso habrán hecho con James.”
Cuando se disponía a buscar una entrada para ingresar en el edificio médico oyó un característico ruido. Se giró y vió a un grupo de ratastopo acercándose hacia ella chillando. No podía permitir que aquellos supervivientes la oyeran si quería volver al refugio con las medicinas que necesitaban, así que encendió el Pincho Moruno que había fabricado en Megatón y corrió hacia ellos. Consiguió matarlos a todos aunque recibió un mordisco en uno de sus brazos.
Decidió entrar al hospital antes de curar la herida. La vida de varias personas dependían de las medicinas que debía conseguir y el tiempo estaba a punto de agotarse. Se adentró en el edificio subiendo las escaleras, guiándose por las voces que oía. La mujer consideró que las medicinas estarían en el mismo sitio que los supervivientes, por una simple cuestión de vigilancia. Cuando llegó al tercer piso sintió las voces muy cerca. “Este es el lugar” se dijo. Avanzó por el pasillo y se fijó en que las sombras que salían de la sala de espera. Avanzó hasta allí y miró con sigilo.
Eran cinco personas y no había rastro de las medicinas. Lo que sí estaba allí era la cabeza de James, colgada del techo y una chica llevaba puesta su chaqueta del refugio. Trazó la estrategia. Agarró una pistola en cada mano, pensaba aprovechar el elemento sorpresa y matar a cuatro de ellos, dejando viva a la chica con la chaqueta de James para interrogarla, sobre su amigo y sobre las medicinas. Respiró hondo y abrió las puertas de una violenta patada. Antes de que los enemigos reaccionasen, la del refugio descargó la munición de las pistolas matando a uno de ellos e hiriendo de gravedad a otro.
Iba a recargar el arma cuando los cuatro que quedaban vivos se abalanzaron sobre ella. La mujer no contaba con ello, pensó que aunque no apreciasen la vida de los demás si apreciarían las suyas propias. Se equivocó, los supervivientes se echaron encima suyo sin importarles lo más mínimo la posibilidad de recibir una bala si el resto de los suyos acababan con la amenaza. La mujer del refugio encendió el pincho moruno y se preparó para vender cara su vida. La vestida con la prenda de su amigo iba en cabeza asiendo una navaja en su mano. Nada más llegar a ella el suelo cedió.
La humedad y la falta de mantenimiento se habían aliado para pudrir el suelo del hospital y cayeron varias veces hasta llegar al sótano. Todo estaba a oscuras. La del refugio palpó el suelo y no encontró su pincho moruno. Se intentó poner de pie y profirió un intenso grito de dolor, se había roto una pierna a la altura de la rodilla. Su corazón se había desbocado y los latidos no le permitían centrarse. No podía oír la respiración de la chica, por lo que no sabía por donde vendría su ataaque. No sabía cómo era el espacio que la rodeaba ni que había allí. Oía gritos cada vez menos lejanos, lo que significaba que más desalmados se acercaban para acabar con ella o algo peor. Sentía un agobio que solo podía explicarse porque estuviera respirando miedo en lugar de oxígeno.
De repente oyó a la chica que había caído con ella llorar. Se fue acercando cojeando y con los brazos extendidos hacia el lugar del que emanaban los sollozos. Tropezó con algo que había en el suelo y cayó al lado de ella. “No me mates por favor, estoy con ellos porque no puedo sobrevivir sola en el yermo. Mataron a mi padres y a mi me tienen como su esclava. ¡No lo soporto más!”
La mujer del Refugio 101 la rodeó con sus brazos y le rompió el cuello sin sentir ningún tipo de remordimientos. Lo hizo porque cuando estaba en la sala de espera no percibió en la chica ningún tipo de incomodidad frente al resto y advirtió en ella una sonrisa de placer cuando se acercó a ella con la navaja, sentía el mismo placer al matar que el resto de supervivientes que poblaban el Yermo.
Tras palpar las paredes pudo encontrar rápidamente la luz. Los gritos de quienes venían a matarla estaban ya justo encima por lo que la mujer no tuvo tiempo de sobrecogerse al ver que estaba en una cocina de caníbales. Vio el armario de las medicinas y sin tiempo para seleccionar ninguna las metió todas en su bolsa. Cogió la chaqueta de James y se arrastró lo más rápido que su rodilla rota le permitía a una puerta que extrañamente se abrió a la primera. La cerró tras de sí y colocó un par de minas explosivas como regalo para sus perseguidores y se cubrió tras la primera esquina para que la onda expansiva de la explosión no la tumbase. Solo tuvo que esperar unos segundos para que la explosión se desencadenase. Se hizo un torniquete mientras oía los escalofriantes lamentos de uno de los supervivientes que había tenido la mala suerte de no morir.
La mujer se levantó y puso rumbo al Refugio 101 antes de que llegasen invitados no deseados alertados por el ruido de la explosión.