La emisaria de la destrucción es un microrrelato ambientado en el universo del Fallout, concretamente en su cuarta entrega.
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Estimados y estimadas lectoras. Aunque voy a seguir produciendo material a un mayor ritmo que hasta ahora, he de avisarles de que no lo voy a publicar durante las próximas semanas. Por lo que mi participación en La Opinión del Redactor así como las secciones que llevo adelante como Los Misterios de Sera, Los Relatos del Escuadrón Furia y Los Microrrelatos como este que están a punto de leer van a dejar de publicarse temporalmente. El próximo domingo saldrá el último Misterios de Sera. La única excepción será el Diccionario Friki, que seguirá provocando risotadas cada dos semanas. Cuando regrese en unas semanas lo haré con más fuerza y con secciones nuevas además de las de siempre con las que espero agradarles más allá del orgasmo espiritual. Muchas gracias por su comprensión.
La noche estaba en calma. La brillante luz de la luna acariciaba suavemente los bordes metálicos del prefabricado en el que los colonos de Sanctuary Hills dormían tranquilos. Ahora tenían un techo que impedía a la lluvia radiactiva quemar su piel cada vez que el cielo lloraba corrosión.
La brisa que mecía al campamento, preso por voluntad propia de Morfeo, despertó a Shannon. Pese a las torretas, los puestos de vigilancia, la alarma y las trampas que se habían instalado, ella sentía que no era suficiente. No temía a los saqueadores ni a los supermutantes. Su aguda percepción le indicaba que cerca del enclave de los Minutemen la muerte se había hecho carne podrida, aunque ni siquiera ella podía entender lo que significaba. Por esa razón no se lo había comentado a nadie, no le harían caso y la vigilarían para que su curiosidad no la llevara a investigar, lo que le provocaría una terrible ansiedad por pensar que algo horrible iba a pasar y no tener oportunidad de demostrarse si era así o no.
Mientras recolectaba algunas multipapas, como parte de su tarea diaria, decidió ir a investigar cuando fuera de noche y todos estuvieran dormidos. Quería creer las palabras del resto de sus vecinos, quienes no dejaban de repetir que estaban reconstruyendo la Commonwealth y acabando con la escoria, y para ello debía ver con sus propios ojos que la impresión negativa que le recorría el cuerpo con cada latido de su corazón no era más que un producto de su imaginación, desbocada por su corta edad, diez años.
Al caer la noche Shannon esperó a que el subconsciente de los habitantes de Sanctuary Hill los encadenase a la cama mediante la fase REM. Se levantó sin hacer ruido y corrió hacia el taller en el que su padre, el morador más famoso del Refugio 97, guardaba todo y cogió el Pincho Moruno. Inteligentemente pensó que aunque las armas a distancia podrían ser más seguras que afrontar una lucha cuerpo a cuerpo, aún no disponía de la fuerza suficiente para manejarlas, por lo que el retroceso podría hacerle caer o dislocarle un hombro y eso en el Yermo solo significa muerte.
Siguiendo sus impulsos se dirigió hacia el norte sin saber exactamente qué esperar. Había pasado la mayor parte de su vida en un refugio hasta que ella y su padre fueron expulsados. Por suerte no pasaron muchos días hasta que sus Pip-Boy sintonizaron la radiobaliza de reclutamiento de Sanctuary Hills. Fue durante esa travesía cuando vió por primera vez a saqueadores y supermutantes pudiendo comprobar que los horrores del Yermo no eran inmortales tal y como se decía en su anterior hogar.
Seguía andando sin advertir nada cuando tuvo que frenar en seco. El suelo se acababa abruptamente dejando paso a un barranco en cuyo final había agua irradiada con varias decenas de necrófagos. Shannon abrió la boca y se la tapó con las manos rápidamente para no dejar escapar un grito. Jamás había visto nada tan horrible, era la restauración vital de la muerte, un sinsentido de la naturaleza que había helado su corazón. Decidió irse para avisar a los adultos para que acabasen con este mortal problema.
Se dio la vuelta y chocó contra algo. Antes no había nada allí, así que debía ser una de esas horribles criaturas. La niña encendió el Pincho Moruno y sin mirar directamente al monstruo para que el terror no la paralizase, hizo un corte y vio caer un brazo carcomido por la radiación al suelo. Se tranquilizó pensando que se había librado del problema y miró hacia arriba para comprobar el daño sufrido por el enemigo. “Debería estar retorciéndose de dolor” pensó. Sin embargo el miedo la poseyó cuando comprobó que aquella bestia ni se había inmutado por la mutilación. Petrificada por la inexplicable y abrumadora falta de dolor del enemigo, Shannon reaccionó saltando hacia un lado y gritando cuando el necrófago quiso arrancar su carne de un mordisco. Llamó la atención del resto de mutaciones salidas de la imaginación más macabra del yermo.
Salió corriendo hacia el campamento mientras los necrófagos la perseguían de cerca. Tras unos horribles minutos que a ella le parecieron interminables, Sanctuary Hills se alzaba ante sus ojos pero no podía dar un paso más. Se escondió detrás de unos matorrales y esperó a que aquellos horrores pasasen. Tras unos minutos siguió su camino a casa. Al llegar todo estaba en calma, lo que la tranquilizó. No reparó en que las torretas no tenían munición y la madera de los puestos de vigilancia estaba desgarrada. Cuando estaba llegando a la zona en la que dormían, le extrañó ver a algunos colonos durmiendo fuera, en el suelo. No podía identificar quienes eran por la oscuridad que siempre acompaña a la noche.
Se acercó de puntillas, esforzándose al máximo para no hacer ningún ruido y observó horrorizada la sangre que goteaba de la boca de un necrófago salvaje. ¡Había conducido a aquellas bestias a su propia casa! Si todo estaba en calma es que ya no quedaba nadie que luchase por salvar su vida. Con lágrimas cayéndole de los ojos se dispuso a marcharse. En su llanto se reflejaba una luz. Una incandescente luz que crepitaba sobre la carne de los necrófagos que se predieron cuando el Pincho Moruno de la niña cayó encendido sobre el agua irradiada pocos segundos después de evitar el mordisco de aquel primer necrófago con el que chocó. Ya llegaban.