Ponemos en contexto una situación que si bien ha mejorado, sigue siendo sangrante para los aficionados a este medio de entretenimiento.
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La industria del videojuego se forjó hace ya mucho. Hoy en día es una de las vertientes de ocio más rentables y que más millones de dólares amasa anualmente, pero no siempre fue así. Antes era un entretenimiento minoritario, al menos en nuestro país. Lo recuerdo a la perfección. Corría el año 1984 cuando en casa entró mi hermano mayor por la puerta con una llamativa caja bajo el brazo. Nada más acceder al salón, me dirigió una sonrisa cómplice y enseguida supe que aquella caja contenía algo que iba a hacerme mucha ilusión.
Mi hermano la dejó sobre la mesa y me acerqué ansioso. Atari 2600, rezaba el rótulo de la caja junto a una foto de lo que parecía ser un aparato eléctrico con un controlador cuadrado del que salía un palo de plástico. Le pregunté que qué era aquello, pero a mi corta edad no llegué a entender muy bien lo que me explicó. Esto, unido a que el diseño del aparato tampoco era algo peculiar, me hizo perder el interés y me puse a jugar con mis muñecos de He-Man. Mientras tanto, mi hermano se puso manos a la obra. Lo sacó todo de la caja, ojeó el manual de instrucciones y pasó los cables hasta el televisor. Luego sintonizó el canal correspondiente y al fin la estática dejó paso a una pantalla negra en la que unos cuadrados blancos, sobre fondo negro, se movían de aquí para allá emitiendo unos sonidos agudos y sintetizados que simulaban disparos, explosiones y saltos.
Aquellas primitivas imágenes que se movían en pantalla fueron captando mi interés y, casi sin darme cuenta, acabé sentado junto a mi hermano, con aquel mando con palo y un botón rojo a un lado en la mano (que tiempo después descubrí que se llamaba joystick), a un juego en el que manejábamos unas naves con las que matábamos una suerte de esquemáticos platillos volantes. Aquella tarde se pasó en un suspiro y atesoraré el recuerdo con cariño para siempre. Fue una jornada mágica, en la que mi hermano y yo nos lo pasamos pipa con aquella máquina tan sobria y sosa por fuera, pero que albergaba centenares de mundos fantásticos en su interior, en los que nosotros éramos los protagonistas, los héroes de unas aventuras épicas con aspecto pixelar.
Y empezaron a llamarnos Frikis…
Mi hermano era mayor de edad, tenía su trabajo, su novia, sus amigos y enseguida dejó de dedicarle tiempo a la Atari. Yo, en cambio, permanecí a los mandos y emprendí mi trayectoria gamer. Lo curioso era que en clase no había compañeros que tuviesen consola o PC y a la mayoría esto de los videojuegos le sonaba a chino, así que yo era el friki, el que se ponía a ver cosas raras en la pantalla de la tele de su casa en lugar de ver Barrio Sésamo o de jugar al fútbol. Treinta y dos años han transcurrido desde entonces.
Sin embargo, a pesar de que la industria del videojuego y sus consumidores han cambiado y evolucionado, los gamers todavía soportamos el San Benito de llevar a cuestas apelativos insultantes o se nos ve como inadaptados o bichos raros. Actualmente existen sectores de la sociedad que rechazan y reniegan del ocio digital, así como subyace una sensación de extrañeza y rechazo hacia los jugadores por parte de todo aquel que no comparte o no entiende esta afición. En este artículo vamos a poneros sobre la mesa un par de anécdotas que, a nuestro entender, vienen a demostrarlo.
Maquinitas 0 – Bar 1
Para muestra un botón: mi mujer llega a casa un día y me comenta que había estado hablando con una conocida de ambos y charlaron sobre sus parejas, “mi marido tal” “pues mi marido pascual”. A esto que mi mujer le comenta que a su marido, yo, le encanta la tecnología y, sobre todo, los videojuegos. Yo ya imaginaba lo que vendría a continuación, pero dejé que mi mujer prosiguiese con la reproducción de la conversación:
¿con treinta y ocho años jugando a las maquinitas?
Mi mujer acompañó la palabra maquinitas con el remedo de la mueca mezcla de desagrado e incredulidad que compuso esta chica al conocer mi horrible, inmunda y detestable afición. Lo curioso es que el marido de esta mujer, también tiene aficiones. En concreto la de bajarse al bar todos los días, nada más llegar del trabajo, y subir a casa a la hora de irse a dormir, así como también la de irse los fines de semana con los colegas al fútbol y llevarse todo el sábado o el domingo (o ambos) sin aparecer por casa y sin poder hacer cosas juntos con la niña porque no pasa por allí nada más que cuando tiene hambre o sueño. Pero claro, eso le parece estupendo, porque mientras está en el bar inflándose a cervezas o por ahí con los colegas, está alejado de esas malditas e infectas maquinitas.
Siempre que alguien habla con menosprecio de mí por gustarme los videojuegos me suelo enfadar bastante, y mi mujer, para que me sintiera mejor al ver que me encendía, me dijo que le comentó que prefería tenerme en casa jugando a la consola que no verme en todo el día porque me estoy dejando el sueldo en alcohol en el bar de la esquina. Lo ideal es que cada uno se divierta como quiera. Que la gente vaya a los bares a diario no es malo ni debería ser criticable, siempre y cuando no utilices tu afición como ataque para defenestrar la de los demás.
¿Consumes videojuegos? Eres un paria social
Otro ejemplo de prejuicio hacia los videojuegos vivido en mis lozanas carnes fue el de una amiga que me comentó que había dejado a su nuevo novio (llevaban un par de semanas saliendo) porque le habían dicho las buenas gentes del pueblo que era un vicioso de los videojuegos y que estaba enganchado a la cocaína. Antes de que yo pudiese decir nada, ella añadió:
… y, claro, no voy a estar con un hombre que está todo el día ahí enganchado a la tele con los marcianitos.
Se hizo luego un silencio incómodo, porque yo esperaba que añadiese lo de la drogadicción a la ecuación, pero el argumento no llegaba y yo no podía dar crédito de que la adicción a una sustancia alucinógena de esa categoría pasase a un segundo plano respecto al hecho de que fuese gamer. Osea, me estaba diciendo implícitamente que si fuese drogadicto y no gamer, habría seguido saliendo con él. Que vale, que sí, que los adictos a estupefacientes se les puede considerar como a enfermos y que necesitan la ayuda de la sociedad y de su entorno, pero me sorprende que en una categorización de vicios chungos, «esnifar coca» esté mejor visto, o sea preferible, que sentarte a jugar a tu juego favorito.
Me gustan los shooters, ergo quiero matar a gente inocente por la calle
Y algo que todos sabrán es la asociación que hay entre actos violentos, que desde la redacción condenamos con determinación, con los videojuegos. El caso del asesino de la katana, por ejemplo, acontecido en nuestro país hace ya bastantes años, en el que un joven mató a sus padres y a su hermana con una espada mientras dormían, fue inmediatamente atribuido por los medios de comunicación de la época a los videojuegos, porque el muchacho era fan de Final Fantasy y porque se parecía físicamente (según los periodistas, claro) a Squall, de Final Fantasy VIII. De pronto no tenía nada que ver que los padres le dieran acceso a armas blancas de ese calibre, ni que estaba claro que el chico tenía problemas. No, resulta que todo era culpa de los videojuegos en exclusiva…
Cuando en un colegio americano un chaval se arma hasta los dientes para acribillar a sus compañeros pasa exactamente lo mismo. Entran a registrar su habitación y a nadie le sorprende que un chaval tuviese permiso de sus padres para comprar y poseer armas de fuego, ni que fuese víctima de acoso escolar. No, son los videojuegos porque en su estantería la policía encontró juegos como Call of Duty o similares. Además tenía pósteres de películas de acción y de violencia en las paredes, y montones de revistas y catálogos de armas, pero de eso nadie dice nada. El problema es, única y exclusivamente, de los videojuegos. Y lo mejor es que quienes leen o ven la noticia lo creen. Creen lo que la tele les está diciendo, que si ese chaval no hubiese jugado a videojuegos jamás habría matado a nadie. Que jugar a videojuegos es el detonante que convierte a una persona cuerda y sana en un asesino en potencia. Que es darle al start en el Battlefield 1, y lo siguiente que se te pasa por la cabeza es ir a comprar metralletas y presentarte en tu puesto de trabajo o de estudio para fusilar a tus compañeros.
Últimamente no se han producido actos violentos y polémicos de este tipo, con lo que es incluso mejor momento para debatir sobre este asunto que no cuando el suceso es aún reciente. Si estás leyendo esto es más que probable que sea porque visitas con regularidad nuestra página y, en consecuencia, eres jugador habitual, así que seguro que has sido blanco de alguna situación prejuiciosa o conversación como las que os hemos contado. ¿Crees que no es para tanto? ¿Estás de acuerdo con la gente que piensa que los videojuegos se deberían prohibir? Conocer tu opinión y experiencias nos interesa mucho. Añado a este artículo un monólgo de David Bravo que ilustra muy bien el caso.
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