Analizamos la edición para consolas de Stellaris, un magnífico juego de estrategia en tiempo real, que sigue la estela de los míticos Civilization.
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Esta es la historia de tres imperios galácticos, sobre como dos de ellos perecieron y solo el tercero sobrevivió a los peligros de la galaxia. El primero, el Conglomerado Estelar Shinori fue un desastre desde el primer momento. Stellaris es uno de esos juegos en los que una primera partida sirve fundamentalmente para hacerte con los principios básicos del título, y ser abandonada cuando te das cuenta de que lo has estado haciendo todo mal desde el principio, y que esa pobre civilización de cefalópodos que se expandió demasiado rápido y sin saber atender a las demandas de sus facciones internas, no tenía ningún futuro. Aunque el avance tecnológico y la economía del Conglomerado no iban mal, la necesidad de plegarme a varias civilizaciones rivales para ganarme su confianza, me granjeó una gran reticencia de los lobbies internos de mi planeta natal, acabó con mi influencia sobre el gobierno, y marcó el inicio del terrorismo de origen xenófobo.
Suena complicado y lo es. Tomando inspiración de títulos como Civilization o Seven Kingdoms, o más concretamente de Alpha Centauri, la secuela espiritual de Civilization que su creador dio a luz durante un descanso de la saga principal, y que contaba la historia de unas colonias humanas que huyen a los confines del espacio para colonizarlo. Sin embargo Stellaris es una experiencia todavía más compleja que los juegos de los que bebe, sobre todo en consola donde la ausencia de teclado y ratón nos obliga a manejarlo con una combinación de botones para navegar entre los menús, que se perfila como confusa en inicio, y muy inteligente y práctica una vez la hemos dominado. Por increíble que suene que un título tan calmado y aparentemente sesudo como Stellaris puede acabar siendo trepidante, lo es y a lo largo de este análisis os contaremos como y por qué.
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Apartado técnico
Apreciar la calidad técnica o artística de Stellaris no es tarea fácil. En un juego de semejante escala, literalmente galáctica, es muy usual que acabemos usando el mapa como un tablero de ajedrez y perdiéndonos gran parte de lo que pasa a una escala mucho menor. Es mucho más práctico seguir una batalla mediante estadísticas, pero lo cierto es que a su modo si nos acercamos lo suficiente es también un acontecimiento extraño y hermoso. Paradox Interactive nos ofrece en este juego una enorme variedad de naves, civilizaciones y planetas, con un estilo limpio y vistoso pero que lamentablemente en ocasiones se nos pasará por alto. Esto confiere al juego una atmósfera fría y un tanto impersonal puede que buscada pero quizá es también un poco contraproducente. Stellaris es un título eficiente y formal como un funcionario de la gloriosa república de Astortzka, al que le vendría bien bajarse un poco al barro.
La banda sonora, firmada directamente por Paradox Interactive, puede parecer también fría en un inicio pero con el transcurrir de la partida nos va conquistando, y se revela como acogedora y maternal, humanizando terriblemente nuestra partida. Puedo aseguraros que tengo varios temas clavados en el cerebro, la mezcla de música electrónica y orquestal es sin duda un triunfo. El acompañamiento perfecto de un juego que estaría cojo y dejaría ver más notoriamente sus defectos sin este acompañamiento sonoro. Debemos volver a incidir en la verdaderamente enorme variedad de la que sus creadores han dotado a Stellaris. En el espacio nos podremos encontrar con infinidades de razas, inteligentes y pre inteligentes, con su propia bandera, arquitectura, lideres, estética, y sonido. Teniendo en cuenta que también podremos componer nuestra propia civilización a nuestro gusto, esto hará que ninguna de nuestras partidas sea igual a la anterior.
Jugabilidad
Cuando me di cuenta que el Conglomerado Estelar Shinori no tenía salvación, tras un atentado que acabó con el gobierno de una de mis colonias, decidí apostar por el Pacto Scyldari un imperio de graciosas nutrias marinas evolucionadas de ideología pacifista y democrática, que supieron crecer con una economía saneada y mantener a raya a las civilizaciones de otras especies, durante muchos y muy prósperos años. Sin embargo esta sociedad avanzada que llegó a colonizar hasta seis planetas, y evolucionar a una especie inferior, convirtiéndola en miembro hermano de una federación, despierta muchas cosas y una de ellas es la envidia.
Los Scyldari se centraron tanto en la prosperidad y el avance que descuidaron la potencia militar, y cuando una potencia hostil atacó acabó con una de nuestras colonias, y exigió otras dos además de la humillación de nuestro imperio para acceder a la paz. Por si esto fuera poco asesinaron al líder de mi colonia principal tras la firma del acuerdo. Con solo dos planetas, y el pueblo Scyldari sumido en la tristeza tuve que abandonarlo a su suerte como solo haría un dios cruel.
A pesar de la posibilidad siempre existente de empezar una nueva partida de cero, en Stellaris el jugador más que un dios es un tecnócrata. Un administrador riguroso que ha de estar siempre atento, cuidar de su pueblo como un padre amantísimo, y a la vez prepararlo para lo inesperado. Da igual lo que creas que puede o no pasar en el futuro, el espacio siempre encontrará una forma de sorprenderte. Bien sea la aparición de una beligerante facción interna, bien la declaración de guerra de un rival, o bien la aparición de horrores cósmicos, o piratas espaciales, Stellaris te obliga a pensar en todo y tener una gran capacidad de reacción. Stellaris es un RTS, es decir que no contaremos con la paz reflexiva de los turnos, aunque sí que podremos ralentizar la acción o pararla completamente para dar comandos a nuestras naves.
Cuando empiezas la partida tendrás solo un puñado de sistemas solares, una nave obrera que puede construir asentamientos mineros, estaciones de investigación, o puertos estelares que ampliarán nuestro radio de acción. No podemos extendernos a donde queramos, y deberemos ir ampliando nuestros dominios a base de estos puertos estelares. Además por supuesto contaremos con nuestro planeta natal, que se compone de casillas, algunas de ellas bloqueadas por accidentes naturales o bestias salvajes, en las que podremos construir edificaciones que nos proporcionarán los recursos básicos. Minas, granjas, laboratorios, monumentos… cada planeta es un juego de microgestión en si mismo, con un puerto estelar y una flota de naves de combate, pero también un ejército interno, y múltiples opciones de gobierno basados en edictos para hacerlo florecer como nación.
La galaxia es enorme, y nuestro planeta es solamente una mota de polvo en el gran mapa estelar. Muy pronto estaremos sondeando otros sistemas, y encontrando nuevos mundos habitables, restos de civilizaciones anteriores, y también enemigos o aliados. Stellaris es un título de gestión a nivel micro y macro verdaderamente hardcore. Sin inventar nada el juego de Paradox a veces nos hará sentir que Civilization es un juego de niños. ahí es nada. Sin ser ningún experto he probado muchos juegos de este tipo y debo decir que Stellaris, a pesar de ser un ejemplo increíblemente pulido del subgénero, no es el más fascinante ni arrebatador, aunque sí el más imprevisible y ahí tiene su punto más fuerte. En muchos de sus competidores el interés decae en el momento en el que empiezas a dominar el asunto, pero Stellaris siempre encontrará una forma de ponerte contra las cuerdas, sin dejar de ser coherente, nada tramposo, y siempre honesto en retrospectiva con nuestros propios errores.
Duración
Probablemente hablar de la duración de Stellaris es lo más fácil de este análisis. Como ya ocurre en otros juegos de este estilo, si te gusta, la rejugabilidad es absoluta, eterna. Cuando empiezas tu partida puedes configurarla a tu gusto, con una galaxia del tamaño y forma que tu decidas, con el número de civilizaciones que más se acomode a tus gustos, las posibilidades son infinitas y la capacidad del juego de Paradox se cogerte con la guardia bajada hará cada partida imprevisible. He empleado muchas horas en levantar mis tres imperios, y aún siento como si solo hubiera rascado la superfcie de lo que pueden ofrecer.
Mención aparte merece el modo “hombre de hierro” que deberás seleccionar para poder ganar logros, y que no te permitirá salvar partida cuando quieras, haciendo mucho más vitales cada una de tus decisiones, cada uno de tus movimientos. Como una metáfora de como el tiempo es más relativo que nunca en Stellaris, pudiendo transcurrir meses en segundos, y vidas en una hora, las mismas pasarán sin que te des cuenta mientras estás jugando, pero qué es unas pocas horas comparada con la eternidad de las estrellas. Apenas nada.
Conclusión
Para mi última partida decidí utilizar la herramienta que incorpora el juego para definir una raza totalmente personalizada. En esta ocasión, para el imperio Austrohúngaro opté por una raza de insectoides bastante equilibrada, que si bien se reproducían lentamente gozaban de unos principios ideológicos que los convertía en una facción muy adaptable a pesar de su repugnante aspecto. Me extendí rápidamente por el primer sistema, solo para descubrir piratas espaciales muy pronto, lo que me hizo temer por un final abrupto y temprano de mi pequeño pueblo de bolitas ciclópeas. Perdí una nave científica y una de construcción, y tuve que dar prioridad a los avances armamentísticos sobre prosperidad de mi pueblo, pero en solo un lustro había limpiado de indeseables los alrededores y pude compensar mi expansión. Logré el favor de las influyentes facciones internas, y colonicé dos planetas en menos de lo que canta un gallo. Cuando encontré la primera especie inteligente en el espacio, mis dominios de la diplomacia dieron sus frutos y en nada estaba consiguiendo suculentos tratados comerciales en los que recibía mucho más de lo que ofrecía.
Pero el espacio es cruel, y el drama tenía que llegar. Mis ambiciones imperialistas se toparon con varios ejércitos de amebas gigantes que impidieron que ampliara mis dominios, por lo que tuve que nuevamente apostar por la guerra. Tras deshacerme de ellas y tras un riguroso estudio por parte de una de mis naves científicas conseguí integrar a las amebas en mi ejército, ventajas de la xenofilia que definí como característica de los bichejos Austrohúngaros.
Hasta aquí llega la historia de mis tres imperios, y aunque podría parecer un final feliz, el final no existe en el espacio, al menos hasta que cumplas uno de los objetivos de la partida, que vienen a ser equivalentes a otros exponentes del género (dominación, avance tecnológico, etc). Esto en definitiva es Stellaris, un juego de gestión sólido como una roca, y pleno de posibilidades. Un tanto frío, es cierto, también apasionante y siempre retador. Si eres fan de los juegos de Sid Meier y te gustaría ver más ejemplos de este tipo en Xbox, no puedes perdértelo.
*Gracias a Paradox Interactive por habernos proporcionado el material para la review.
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Aspecto técnico80/100
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Jugabilidad90/100
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Duración90/100
Lo bueno
- Infinitas posibilidades
- Una banda sonora maravillosa
- La posibilidad de personalizar partida y facción
- Consigue hacer trepidante la expansión espacial
Lo malo
- Su interfaz es un tanto fría y ruda