Os traemos el análisis de Promesa, una ingeniosa experiencia contemplativa que pone de manifiesto la importancia de los recuerdos.
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Todos somos esclavos de nuestro pasado, una consecuencia de nuestras experiencias de vida y algo que de alguna manera define nuestro presente para encarar el futuro. Al fin y al cabo, echar la mirada hacia atrás nos ayuda a recordar quienes somos mientras rememoramos aquellas maravillosas tardes de verano con la mayor inocencia, fuera de la vista de los mayores; todas esas tardes en el parque donde se vivieron muchas historias y donde aprendimos a jugar al pillapilla. Por pequeños e insignificantes que puedan ser, a veces todos esos recuerdos nos devuelven a momentos felices con personas que siempre nos parecerán, en la distancia del tiempo, muy importantes y que la vida parece habernos arrebatado.
Entre el sueño y un estado constante de vigilia en el que residen las asociaciones y los recuerdos, Promesa nos ofrece un viaje contemplativo a lo largo de nuestros recuerdos. El mundo que recorremos, uno que nos suena y que nos resulta conocido, no es en absoluto uno para regocijarnos, sino para ver la vida con otros ojos, habitando historias, saberes y conocimientos adquiridos en el curso de toda una vida. Es un mundo en el que somos meros espectadores pasivos, una simple presencia, que no constructores, con el fin de recopilar algunos de los momentos más significativos.
Apartado técnico
El arte, como toda expresión no verbal, es una forma de expresar nuestras emociones. No se trata solamente de lograr la excelencia por medio de una técnica exquisita, sino más bien de canalizar esos sentimientos y trabajar sobre ellos. Promesa se apoya fundamentalmente en la universalidad de este lenguaje gracias al buen hacer de Julián Palacios, un artista que utiliza el espacio 3D para crear experiencias narrativas audiovisuales. En este caso, a través de una explosión de colores que favorecen toda clase de sensaciones y que también nos hacen percibir orden o desorden.
La obra que nos ocupa nos lleva de un lugar a otro proyectando varias imágenes a la vez y que están amparadas en el realismo artístico, pues representa situaciones y objetos de la vida cotidiana de forma verosímil. Empero, a medida que nos vamos acercando vemos que todos esos entornos tratados desde una perspectiva convencional y costumbrista, responden a posteriori con ciertos movimientos artísticos reactivos contra esta suerte de pintura realista, reforzando su apuesta por una peculiar estética pixelada para las texturas de los materiales y la definición de los entornos. Es una ingeniosa combinación de perspectivas, así como un uso de la ambigüedad de la profundidad, que ponen de manifiesto el talento de su creador.
Jugabilidad
El término walking simulator siempre ha sido utilizado de una manera despectiva. Designado a todos esos juegos que hacen gala de una propuesta consistente en el acto de caminar y no tanto en la introducción de elementos lúdicos como la presencia de objetivos a cumplir, da por hecho que uno no juega, sino que simplemente se limita a que el personaje se desplace por un escenario. Pero esto no está nada más lejos de la realidad.
Porque cuando uno juega estos juegos, no solo se camina, sino que también se realiza un viaje al interior de uno mismo. Y Promesa es eso llevado a su máxima expresión, una experiencia contemplativa en la que no haremos otra cosa más que desplazarnos muy lentamente, tal vez demasiado, sin poder interactuar con ningún elemento de los escenarios. Simplemente nos dejamos llevar por una marea en la que somos meros espectadores de un viaje como metáfora de la vida. A pesar de todo, dicho periplo no deja de estar cargado por un halo de ambigüedad que nuestro personaje trae consigo en todo momento y que abraza las formas abstractas.
Pero, ante todo, Promesa representa ese puente que enlaza el pasado con el presente con la ayuda de varias metáforas visuales. Sí, es una obra en la que el relato y el discurso narrativo se mezcla en un todo difuso, como parte de un metalenguaje. Por lo tanto, a veces es un poco confuso deducir de la heterogeneidad de estos elementos todo lo que pretende transmitir. Aún así, sabe como introducirnos en su atmósfera, una donde jugar significa recordar la vida, no como aquello que uno ha vivido, sino lo que uno recuerda y de qué forma la recuerda para contarla.
Duración
En estas idas y venidas, entre cambios de tiempo y espacio, Promesa es una aventura que puede ser completada en menos de 40 minutos. Y aunque la obra de marras nos obliga a recorrer despacio todos sus escenarios para observarlos con detenimiento, este nos lleva de un lugar a otro de manera rápida y constante, pero no en un orden determinado. Después de todo, se dice que el cerebro tiene un número finito de neuronas y que, con el tiempo, este puede editar nuestros recuerdos para crear memorias falsas o bien archivando recuerdos, al mismo tiempo que siguen un orden inexacto. ¿Adónde se quiere ir a parar?
Pues que aquello que estamos viendo en este viaje al interior de nuestros recuerdos, todas las escenas que estamos viviendo, no se desarrollan necesariamente siguiendo una estructura narrativa lineal. El propio Promesa nos lo indica al terminar la primera vuelta, que no todas las secuencias se vislumbran en un primer contacto y que cada sesión es distinta a la anterior. En otras palabras, dedicarle más tiempo al trabajo de Julián Palacios significa sobre todo obtener claridad y encontrarle más sentido a lo que estamos experimentando.
Conclusión
El arte, en su máxima expresión, manifiesta nuestra capacidad para aceptar la ambigüedad, mientras que el entretenimiento es todo lo contrario, dado que su objetivo es asegurar que hay certeza en este mundo a través de una serie de valores. El concepto de los videojuegos como una forma de arte es un tema que siempre ha sido un punto de controversia para la industria del entretenimiento. A pesar de esto, Promesa representa con mucho acierto el arte de expresar y romper barreras por medio de un viaje familiar que juega un papel preponderante en la exposición de los recuerdos, reivindicando la importancia de recordar a partir del material conservado en la memoria y trayendo al presente lo auténtico del pasado, lo que nos forjó como personas.